viernes, 18 de septiembre de 2009

Laberinto

Alguna vez he tenido el deseo de surcar ciertos lugares inmemoriables de cuyas ramificaciones se adueña el delirio más urgente, de cuya reminiscencia nace el pecado que esta simple noche no me deja unirme al poderoso amigo del tiempo perdido. Con la fuerza de ese mito que logró vencer las infranqueables barreras me adentro en la abarrotada plaza del mediodia, los trenes se acercan sigilosos una mañana cualquiera lluviosa depositando atónitos pasajeros. Los perros también quieren formar parte del carnaval improvisado, o acaso ellos no perciben el dulce aroma que contamina el ambiente. La gente ladra palabras, incomprensibles sin el uso del código divino ruso o californiano, y danza al ritmo acompasado por algún extrño semáforo. La felicidad máxima es transformada en violencia pura por una sutil combinación de la estupidez del género en el que nos hallamos inmersos. El vino es acabado de cualquier manera y la puerta nunca es un mal lugar desde el que divisar claro el horizonte y no perderse en este eden de nombre Laberinto.

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