Voy a reproducir una conversación y una situación que me ocurrió hoy en la peluquería de hombres de mi barrio. Podría describir mi barrio, el lugar en el que actualmente resido, de alguna manera basándome en analogías, dichos o pequeñas impresiones y por tanto de algún modo hasta justificar tales conductas y hechos, o por el contario refutarlas pero simplemente me gustaría registrar el hecho en sí, el machismo enquilosado en la sociedad.
Entro por segunda vez en diez meses en la peluquería de mi barrio, esto denota mi falta de conocimiento de su personal y clientela a pesar de que reconozco a los empleados o dueños, más que mi despreocupación por mi aspecto personal que es más que evidente, je,je. Hay clientes esperando, me dicen que tres, estoy algo vago esta mañana y prefiero sentarme a esperar, además llama mi atención que entre los libros de la mesa adyacente a los asientos de espera hay varios ejemplares de tebeos, concretamente de Mortadelo y Filemón, que por diversas y vanas justificaciones hace siglos que no leo. Decido sentarme, a mi derecha hay una persona mayor, de unos setenta años, a mi izquierda hay un señor entrado en la cuarentena con su hijo de unos seis o siete años, en las dos sillas milagrosas donde uno espera sesntarse y salir listo para comerse el mundo hay sentada al izquierda un señor de treinta y tantos y en la derecha otro jubilado de aspecto más saludable, o sólo más ancho, que más da. Baste finalizar la descripción de mis personajes con la de los peluqueros, un señor pasado de cincuenta y otro hombre de cerca de cuarenta. Y creo que basta con tal descripción de momento pues cualquier connotación aquí presentada solo cabría sentido dentro de mi imginación, de mi impresión primigenia falta de un verdadero e injustificado conocimiento, cualquier descripción de mi subjetividad llevaría a tus impresiones por donde yo quisiera guiarlas, por ello daré las justas, cuando mejor convenga a la situación, o a un servidor, vaya usted a saber.
Yo comienzo a leer despreocupadamente, de mi alrededor no de la lectura de la que saco grandes diferencias con mi visión infantil de dicho cómic, me gustaba más antes, y esto no quiere decir que no lo haga ahora. Interrumpe mi lectura la entrada de un niño con algo grande sobre sus pequeñas manos pues no sobrepasaría los cinco años, el señor de mi izquierda, más próximo a la entrada se dirigue a él en tono burlesco, como su condición aún permite. Viene acompañado de su padre, un inmigrante sudamericano como su piel y habla claramente me indican. Tras este inciso de vez en cuando percibo frases sueltas de la conversación mantenida, y mi interés comienza a crecer.
-Antes si que olían las papas al cocinar, las echabas al agua y el guiso olía, no como hoy -decía el señor mayor de mi izquierda, a lo que su conocido o más bien amigo, como el resto de conversación y trato que se dispensan vreo que disponen, responde:
-Y en eso si que no tiene la culpa la mujer
Risas generalizadas, como si de una acotación se tratase, pero ahora es la vida real la que acota.
Con cierta ironía responde su interlocutor, desde su sabia ignorancia
-Ya lo ha dicho Zapatero esta mañana, que la política de la igualdad era lo primero
Y es que esas palabras primero no son de esta mañana sino de ayer durante el debate de investidura, y sobre el enunciado en sí habría miles de formas de matizar dicha trasposición de palabras, aunque su ironía viene resaltada tras la explicación breve sobre un hecho histórico descrito brevemente con un nombre, un recuerdo que por su brevedad los demás interlocutores deberían conocer. Relata como un barco de inocentes se ve hundido por la osadía de alguien sin llegar a describir nada más significativo de este relato que cualquier historiador así sin más no creo que pudiera sostener con dichos datos un pronunciamiento sobre su espaciocronológica existencia.
Hay que decir que la conversación mayoritariamente se produce entre las personas mayores, el hombre con su hijo atiende a la conversación pero no parece intervenir gestualmente como si hace el otro peluquero más jóven, asintiendo de vez en cuando o lanzando pequeñas frases. No parece hacer lo mismo su víctima, pobre condición le puse para no hacer nada en toda la obra. En cuanto a el otro padre de unos treinta años parece preocuparle más jugar al parchis reclamar a su hijo se equivoque siempre sumando hacia delante y nunca hacia detrás.
La conversación entra ahora en términos jurídicos, y mi lectura me llama más mi atención buscando la fecha de la edición al ver dibujado a Aznar, el precio aún está en pesetas.
-Tuvo suerte de ser el jardinero del juez
-Menos mal, si no llega a ser porque fue jardinero suyo...
La verdad es que no sé muy bien a que caso se referían y siempre usaban frase muy cortas, como si el uso extendido de tales afirmaciones asegurase la veracidad y familiaridad de tale acciones y dichos. Con lo que mi nueva mirada ante las aventuras de los personajes de Ibañez ganaba atención nuevamente...
Entro por segunda vez en diez meses en la peluquería de mi barrio, esto denota mi falta de conocimiento de su personal y clientela a pesar de que reconozco a los empleados o dueños, más que mi despreocupación por mi aspecto personal que es más que evidente, je,je. Hay clientes esperando, me dicen que tres, estoy algo vago esta mañana y prefiero sentarme a esperar, además llama mi atención que entre los libros de la mesa adyacente a los asientos de espera hay varios ejemplares de tebeos, concretamente de Mortadelo y Filemón, que por diversas y vanas justificaciones hace siglos que no leo. Decido sentarme, a mi derecha hay una persona mayor, de unos setenta años, a mi izquierda hay un señor entrado en la cuarentena con su hijo de unos seis o siete años, en las dos sillas milagrosas donde uno espera sesntarse y salir listo para comerse el mundo hay sentada al izquierda un señor de treinta y tantos y en la derecha otro jubilado de aspecto más saludable, o sólo más ancho, que más da. Baste finalizar la descripción de mis personajes con la de los peluqueros, un señor pasado de cincuenta y otro hombre de cerca de cuarenta. Y creo que basta con tal descripción de momento pues cualquier connotación aquí presentada solo cabría sentido dentro de mi imginación, de mi impresión primigenia falta de un verdadero e injustificado conocimiento, cualquier descripción de mi subjetividad llevaría a tus impresiones por donde yo quisiera guiarlas, por ello daré las justas, cuando mejor convenga a la situación, o a un servidor, vaya usted a saber.
Yo comienzo a leer despreocupadamente, de mi alrededor no de la lectura de la que saco grandes diferencias con mi visión infantil de dicho cómic, me gustaba más antes, y esto no quiere decir que no lo haga ahora. Interrumpe mi lectura la entrada de un niño con algo grande sobre sus pequeñas manos pues no sobrepasaría los cinco años, el señor de mi izquierda, más próximo a la entrada se dirigue a él en tono burlesco, como su condición aún permite. Viene acompañado de su padre, un inmigrante sudamericano como su piel y habla claramente me indican. Tras este inciso de vez en cuando percibo frases sueltas de la conversación mantenida, y mi interés comienza a crecer.
-Antes si que olían las papas al cocinar, las echabas al agua y el guiso olía, no como hoy -decía el señor mayor de mi izquierda, a lo que su conocido o más bien amigo, como el resto de conversación y trato que se dispensan vreo que disponen, responde:
-Y en eso si que no tiene la culpa la mujer
Risas generalizadas, como si de una acotación se tratase, pero ahora es la vida real la que acota.
Con cierta ironía responde su interlocutor, desde su sabia ignorancia
-Ya lo ha dicho Zapatero esta mañana, que la política de la igualdad era lo primero
Y es que esas palabras primero no son de esta mañana sino de ayer durante el debate de investidura, y sobre el enunciado en sí habría miles de formas de matizar dicha trasposición de palabras, aunque su ironía viene resaltada tras la explicación breve sobre un hecho histórico descrito brevemente con un nombre, un recuerdo que por su brevedad los demás interlocutores deberían conocer. Relata como un barco de inocentes se ve hundido por la osadía de alguien sin llegar a describir nada más significativo de este relato que cualquier historiador así sin más no creo que pudiera sostener con dichos datos un pronunciamiento sobre su espaciocronológica existencia.
Hay que decir que la conversación mayoritariamente se produce entre las personas mayores, el hombre con su hijo atiende a la conversación pero no parece intervenir gestualmente como si hace el otro peluquero más jóven, asintiendo de vez en cuando o lanzando pequeñas frases. No parece hacer lo mismo su víctima, pobre condición le puse para no hacer nada en toda la obra. En cuanto a el otro padre de unos treinta años parece preocuparle más jugar al parchis reclamar a su hijo se equivoque siempre sumando hacia delante y nunca hacia detrás.
La conversación entra ahora en términos jurídicos, y mi lectura me llama más mi atención buscando la fecha de la edición al ver dibujado a Aznar, el precio aún está en pesetas.
-Tuvo suerte de ser el jardinero del juez
-Menos mal, si no llega a ser porque fue jardinero suyo...
La verdad es que no sé muy bien a que caso se referían y siempre usaban frase muy cortas, como si el uso extendido de tales afirmaciones asegurase la veracidad y familiaridad de tale acciones y dichos. Con lo que mi nueva mirada ante las aventuras de los personajes de Ibañez ganaba atención nuevamente...
-Y al militar ese que le hacemos?
-Si menudo animal, ye se podía haber dejado la escopeta en su casa.
Nuevamente dan informaciones muy sesgadas, pero dos frases más donde aparecen las palabras ayer y mujer me hacen relacionar los hechos a la última muerte por violencia de género o violencia machista o como quiera que llamen a este tipo de crímenes.
Hay un rechazo generalizado sobre el asunto, sin embargo tras unas viñetas más alcanzo a escuchar:
-Si es que las mujeres quieren hacer el mismo trabajo que los hombres
-Y además por el mismo dinero
-Si, quieren el mismo salario, quieren trabajar en la construcción y cobrar lo mismo que un maesro albañil
-Si, lo mismo. Y no pueden hacer lo mismo. La mujer no puede trabajar en la construcción porque sufre de vértigo, le asuntan las alturas.
-Ya ves tú, como si pudieran hacer lo mismo que el hombre.
Durante esta conversación de los tres hombres mayores nadie dice nada, el otro peluquero parece no asentir del mismo modo y los padres aún escuchando no dicen ni parecen significar nada. Ami me entran ganas de saltar y refutar tan incoherente posición, pero seguramente me arriesge a un posterior trasquilón además de la fuerza que ejercen los años en el pensamiento, con lo que mi perspectiva de cambiar la mirada de estas personas se desvanece, sin embargo pienso en los niños, que aunque parece no estar muy atentos no puedo asegurar que no interiorizasen dichas proposiciones tan falaces, dada su condición de esponjas del conocimiento.
El debate, sin embargo gira bruscamente, y el problema de la mujer queda zanjado tradicionalmente, no es menester decir nada más.
Yo me quedo ensimismado, pensado en lo acontecido, en la situación, observado a la peluquería como a los interlocutores. Critico mi posición por no haber contestado tan viles palabras, al menos por los niños, por si hubieran estado escuchando, por que les quedara constancia de que hay un contestastarismo masculino hacia esos hechos. Me fijo en lo descuidado que está el local, falto de una limpieza no tan general y si algo de específica, se nota que aquí no está su mujer para que brille la pulcritud. Pienso en las miles de mujeres peluqueras que dieron los ochenta y comienzos de los noventa, donde la peluquería, como la enfermería y otras profesiones eran consideradas bien adecuadas para las mujeres, craso error del que poco a poco nos vamos resarciendo, ya hay más ministras que minisros en nuestro gobierno (lo malo es que tenga que haber aún, y eso que es de novedosa creación un ministerio de la igualdad). Entonces irónicamente pienso, las mujeres deberían de ser peluqueras, aunque sólo fuera para evitarme este tipo de comentarios.
Yo por mi parte, la próxima vez voy a pelarme en una de las múltiples peluquerías de señoras que hay en el barrio, mi única razón para no hacerlo hasta ahora era el uso de la navaja de afeitar que usan los peluqueros masculinos que a la hora de cortarte el pelo muy corto viene muy bien para el acabado final, pero la próxima aceptaré el reto de la moda que seguramente me proponga una mujer y su enculturizado gusto por la estética, quizá salga con una cresta.
No quisiera encauzar malentendidos con estas palabras, no quisiera maltratar al colectivo de peluqueros, pues no todos reafirman tal actitud, el de mi barrio de la infancia, por ejemplo, no creo que discriminase a la mujer por su igualdad, lo hacia por su belleza pues a pesar de estar casado se acostaba con toda la que podía aprovechándose de su atractivo físico, también los hay hoy muy afeminados, y de todos los colores, vamos que en el reino de los peluqueros como en el mundo real, la diversidad es el dominio, no podemos nunca generalizar ante conductas humanas, por ello es ilógico tanto hablar de que las mujeres pueden o no hacer tal o tal cosa, como de que los peluqueros son machistas. Y aunque parezaca una contradicción (que no es tal, por motivos que ahora no es apropiado por su dificultad explicar) si podemos generalizar que vivimos en una sociedad machista, y no es que lo digan sólo estos pequeños actos, esta institucionalizada, tal y como afirma el trato informativo que reciben las mujeres en el poder (veáse el siguiente artículo)http://www.elpais.com/articulo/sociedad/tienen/apellidos/Soraya/elpepisoc/20080405elpepisoc_1/Tes
Por una igualdad efectiva, y no sólo paritaria, como apuntan las insuficientes medidas que los gobiernos adoptan, es necesario ir al fondo de la cuestión, ir donde hace daño de verdad, ir a la educación en estos valores (cosa que hoy sólo garantiza una Educación para la ciudadanía vílmente maltratada) y cambiar la mentalidad de los poderes mercantiles con leyes y medidas que impongan de hecho lo que no respetan de derecho.
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